DESEO CONCEDIDO
Si algo tiene claro Lady Megan Philiphs es que ningún hombre doblegará su carácter y su voluntad. Acostumbrada a cuidar y velar por la seguridad de sus hermanos, Megan es una joven intrépida, de bello rostro moreno, a la que le divierten los retos y no le asusta el sonido del acero. Si algo tiene claro el guerrero Duncan Mc
OPINIÓN
En esta reseña comienzo
aclarando un poco la cronología de los personajes para que veáis su correlato
con Deseo Concedido.
Así pues, nuestra
protagonista femenina será Lady Gillian (e
igual que atraía a los hombres por su belleza, los hacía huir por su carácter,
cuyo apodo era: la retadora)
Su hermano, Axel
McDougall, está casado con Alana, con
quien tiene dos hijos: Jane Augusta McDougall y Darren Alexandre McDougall. Todos
viven en el castillo de Dunstaffnage, junto a su abuelo Magnus.
Todos estos nombres, a
las que hayáis leído el primer libro de la saga, cosa que si no habéis hecho os
recomiendo, ya nos resultan conocidos, pero para refrescar vuestra memoria os
diré que son grandes amigos de los lairds Duncan McRae casado con Megan y
Lolach Mckenna casado con Shelma (hermana de Megan).
Finalmente llegamos a
nuestro protagonista masculino, Niall McRae, (El sanguinario), hermano de Duncan
y cuñado de Megan, además de laird y señor del castillo de Duntulm.
Niall y Gillian estaban
prometidos, pero él tiene que ir a la guerra y a la vuelta se encuentra con la
ruptura del compromiso por parte de Gillian sin obtener explicación ninguna.
El punto de inflexión
en la novela llega cuando por una promesa que hacen los padres de Gillian el día
de su bautizo, esta tendrá que casarse con Ruarke Carmichael, si aún no está
desposada (y aquí chicas es donde entra en acción la cabezonería típica de
nuestras guerreras y highlanders favoritos).
La solución
racional y más cercana en el momento es Niall, pero debido a su orgullo no será
fácil y necesitaremos que entre en acción nuestro querido highlander Kieran (y
sí, todas merecemos un Kieran en nuestra vida, por eso estoy deseando leer el
tercer libro de la saga que tratará sobre él) que ayudará a poner a Niall
celoso, y funcionará, ¿pero de la manera que todos esperamos? ¿será la mejor solución
casarse con Niall?
Kieran: No
sé si él te perdonará o no, pero te aseguro que lo conozco y sé que no te ha
olvidado y que tú eres, has sido y serás siempre la única mujer capaz de
robarle el corazón.
Pues queridas
lectoras deciros que, Niall, se lo hace pasar mal, pero que muy mal. Hay veces
en las que nos gustaría tenerlo delante para hacerlo reaccionar, porque todas
sabemos que en el fondo la ama. Pero, ¿será suficiente que ella enferme para
que él reaccione?, ¿será demasiado tarde? Siento deciros chicas, que sí, soy
muy cruel, pero tendréis que leer esta maravillosa novela para enteraros de
TODO.
He de decir que
otra vez más estas luchadoras y highlanders me han enamorado, sus grandes
clanes y familias es un recurso que adoro, y si a eso le sumamos niños
pequeños, dosis de humor y la gran lealtad de estas familias, está todo
completo.
No es novedoso
que Megan Maxwell incluya romances secundarios, pero este entre Brendan y Cris
me sorprendió, al evocarme la mítica historia de Romeo y Julieta, pero con un esperado final feliz.
Pues dicho esto,
¿tendremos como siempre una historia perfecta llena de amor entre Niall y
Gillian? , para descubrirlo os animo a adentraros en este fantástico mundo de
tierras escocesas con paisajes de ensueño.
OPINIÓN
Pues sí chicas, ésta es
la tan esperadísima historia de nuestro querido Kieran, un personaje que en los
dos libros anteriores nos había enamorado. En este tomo, del que es
protagonista, no nos defraudará, hará que lo queramos aún más. Aunque
con su elección de mujer se nos hará difícil decidir de qué parte
posicionarnos, ¡ahora lo entenderéis!
Así pues si os gusta
esta autora, y sobretodo, las historias de amor, y pasión en paisajes de
ensueño, situados en épocas pasadas, inundadas de unos apuestos highlanders
representando a sus clanes, y las mujeres de carácter, para las que el miedo no
es una opción. Ésta es vuestra saga =)
Si os preocupa que sea
una historia aparte en la que no aparezcan los personajes de los libros
anteriores, tranquilas, esos miedos son infundados =P
Paso ahora a hablar del
argumento, y como ya todas sabréis, nuestro apuesto Kieran, un mujeriego
empedernido, que juró que jamás en la vida estaría con una mujer de bandera, de
las que estamos acostumbradas en estas obras, pero como no podría ser de otra
manera, se quedará prendado de la pequeña Ángela.
Pero no todo serán flores
y corazones, ya que Kieran por hacer feliz a su madre será un hombre dispuesto
a casarse sin amor, y Ángela, que por la época en la que le ha tocado vivir
debe ser toda una dama, es al contrario, una mujer de armas tomar, que a pesar
de perder a gran parte de su familia, nunca se dará por vencida y los vengará
uno por uno. Aunque para ello sea necesaria una boda de “un año y un día”,
¿adivináis quién será el afortunado? Jajajaja, pues sí, algún que otro
quebradero de cabeza dará esta pequeñaja a nuestro protagonista.
Otra historia de amor
que surge en este tomo es la de Iolanda, joven que al igual que Ángela ha
tenido un pasado difícil, y que por azares de la vida ayudará a nuestra
protagonista femenina, convirtiéndose después en su dama de compañía y Louis
hombre de confianza de Kieran, que descubrirá el amor con esta jovencita.
El cuatro libro de esta
serie versará sobre el hermano de Megan, Zac, que en esta parte se queda
prendado de Sandra, mejor amiga de Ángela, que como podréis suponer, también es
una mujer de bandera.
Para finalizar decir
que es un libro que te hará reír y llorar. Me ha encantado como las dos
primeras partes y deseando leer la siguiente que estoy =)
Aquí os dejo unos
fragmentos para que vayáis abriendo boca ;)
—Desde
que te has levantado esta mañana, no has sonreído ni una sola vez. Estás muy
quisquillosa y gruñona, ¿qué te ocurre?
Por
una fracción de segundo, pensó decirle la verdad, pero cuando se percató de que
le guiñaba un ojo a otra mujer que pasaba detrás de ella, respondió:
—No
era nada.
—¡Mientes!
Ella
sonrió y respondió con sorna:
—Qué
avispado eres... maridito
Esa
mofa lo enfadó.
—¿Quieres
calentarme, Ángela?
—¡Oh,
Dios mío! ¿Cómo puedes pensar eso de mí, cuando quienes te calientan son esas
mujeres de pechos grandes?
--
—¿Qué
estás haciendo, ángela?
Consciente
de que debía alejar a aquellos hombres de su marido para que no lo matasen, con
toda la firmeza que pudo, contestó:
—Íbamos
a separarnos de todas formas, ¡qué más da!
Él
musitó desde el suelo:
—Eso
es mentira y nunca lo permitiría. Eres mi mujer y no quiero separarme de ti,
maldita sea.
Emocionada
por lo más parecido a una declaración de amor que él había hecho nunca, lo
besó. Demasiado tarde, pero al fin había escuchado aquellas bonitas palabras de
Kieran O’Hara. Con disimulo, se quitó el brazalete de su madre y se lo metió a
él en el bolsillo de la camisa. Prefería que lo tuviera Kieran a que cayera en
manos de aquellos maleantes y, acercándole la boca al oído, dijo:
—Te
quiero, Kieran O’Hara, y no voy a permitir que mueras por mi culpa
4ºLIBRO: UNA FLOR PARA OTRA FLOR (YA LO TENEMOS) (FLOR)
La ultima parte irá de Zac,el hermano de Megan McRae.
La ultima parte irá de Zac,el hermano de Megan McRae.
Capítulo 1
Carlisle, Inglaterra, 1328
—Con todos mis respetos, señor...
—Padre, por favor.
—... Señor, vuestra nieta no debería haberse marchado a
Kildrummy
con esos bárbaros —insistió Wilson mirando al anciano—.
Su sitio está aquí, no con esos highlanders que...
—Esos highlanders son parte de su familia, padre. Sandra se
crio en Traquair con los Murray, y Josh y su hijo siguen
velando
por ella —increpó Clarisa, la madre de la muchacha. Acto
seguido,
mirando al hombre que la observaba furioso a su lado,
añadió—: Y
en Kildrummy tiene lo más parecido a una hermana. Angela y
ella
se criaron juntas, y por nada del mundo deseo que dejen de
verse.
Negándose a entender lo que aquélla decía, Wilson volvió a
mirar al anciano, que los escuchaba. Sabía muy bien cómo
manejarlo,
por lo que insistió:
—Si los padres del joven Crown se enteran de que vuestra
nieta
se ha marchado a las Highlands con esos malditos escoceses,
romperán el compromiso. Pensadlo. Si envío a alguno de mis
hombres ahora mismo, la interceptarán antes de llegar a
Edimburgo
con esos bárbaros que la acompañan y la traerán de vuelta.
—Ni se te ocurra, Wilson —siseó Clarisa.
Él la miró y, clavando los ojos en ella, murmuró:
—Tu osadía al hablar te...
—Mi osadía —lo cortó ella— es el resultado de tu
desfachatez.
—¡Compórtate, Clarisa! —regañó lord Augusto a su hija.
Wilson Fleming, hijo de una hermana del anciano y su hombre
de confianza, la observó. Aquella deslenguada lo sacaba de
sus
casillas.
Habían pasado muchos años desde que Clarisa lo había
plantado
para marcharse con un maldito highlander, y él todavía no
se lo había perdonado.
Recordar la frustración que había sentido al saber que la
mujer
que amaba no lo amaba a él y lo había dejado por otro lo
hundía
cada vez que la miraba, pero, sin querer dejar al
descubierto toda
su rabia, indicó:
—Señor, ¿puedo hablar?
Augusto Coleman, que estaba a su lado, miró a su hija y le
recriminó:
—Clarisa, retén tu lengua o te irás de la sala. Y una vez
más me
permito recordarte que tú no tienes ni voz ni voto aquí.
La aludida maldijo en silencio cuando Wilson, al ver que
ella
callaba, asintió y prosiguió:
—Intentaba decir que, en un momento tan delicado como el
que estamos viviendo, lo que menos importa es lo que Sandra
desee. Lord y lady Crown quieren que la boda se celebre
cuanto
antes, y no debemos obviar que el enlace del joven Ruark con
Sandra nos beneficiaría en todos los sentidos.
Acalorada por tener que escuchar aquello, Clarisa se
revolvió.
Los años vividos en las Highlands con su marido, ya
fallecido, le
habían enseñado que la felicidad en el hogar lo era todo, y
no estaba
dispuesta a que su hija no tuviera una boda por amor; así
que
se encaró a aquel que en otro tiempo había sido su
prometido, y
empezó a protestar:
—Wilson, no consiento que...
—¡Cállate! —siseó él.
Ofuscada, Clarisa se disponía a replicar cuando su padre,
levantándose
y acercándose a ella, indicó:
—Está claro que tu madre te consintió demasiado, pero eso
no ocurrirá con la maleducada de tu hija. Se casará con el
hijo
de los Crown, y ahora cállate. Tus modales de bárbara son
deplorables.
La aludida miró al anciano con gesto de desagrado.
¿Cómo podía hablarle así delante de aquél?
Desde la muerte de su madre, su relación era pésima, y la
pre
sencia de Wilson la empeoraba. Pero nunca consentiría que
utilizaran
a Sandra como moneda de cambio. Nunca.
Imaginarse a su hija siendo infeliz el resto de su vida le
carcomía
el corazón, pero se lo destrozaba aún más saber que debido a
su osadía, al haberla criado su marido y ella como a una
guerrera,
haría cualquier cosa para que ni su abuelo ni Wilson
cumplieran
su objetivo.
No era la primera vez que intentaban desposarla, pero Sandra
se las había arreglado para evitar aquellos matrimonios
enseñándoles
a sus futuros maridos lo irreverente que podía llegar a ser
y
lo escocesa que se sentía.
Por suerte, los anteriores pretendientes se habían quitado
de
en medio sin dar guerra, pero Clarisa sabía que el hijo de
los
Crown era medio tonto, y sus padres sólo deseaban casarlo
con
quien fuera para que les diera descendencia. El resto no les
importaba.
Mientras pensaba en Sandra, e ignorando la dura mirada de
Wilson, que estaba a su lado, indicó:
—Quiero que mi hija se case por amor, y ella...
—¡Fuera de aquí! —voceó su padre—. Tu descaro y tu
arrogancia
me han conducido a esta absurda situación. Con tus disgustos
te llevaste a tu madre a la tumba, y ahora pretendes
llevarme
a mí también.
—¡Padre!
Pero Augusto Coleman ya no la escuchaba, estaba furioso.
—Deberías haberte casado con Wilson. Este hombre era tu
prometido. Tu madre y yo lo escogimos para ti. Y tú, con tu
huida
y tu fatídica elección, lo avergonzaste a él, a tu madre y a
mí. Y
eso, maldita sea, nunca te lo voy a perdonar.
—Padre, Gilfred era una buena persona. Me enamoré y...
—¡Cierra esa boca! —siseó furioso Wilson al oírla.
Nunca una mujer lo había hecho sentirse tan idiota.
El abandono de aquélla la noche antes de la boda era lo peor
que le había pasado nunca. Él la amaba, soñaba con ella
noche y
día, y jamás aceptaría que lo hubiera traicionado con un
maldito
escocés.
Entendiendo la mirada enajenada de aquél, lord Coleman se
acercó a su hija y señaló:
—En su momento no te casaste con quien correspondía, pero
tu hija lo hará. Y lo hará porque esta vez Wilson y yo nos
encargaremos
personalmente de que así sea.
—No, padre. Ella...
Un fuerte bofetón le giró la cara.
Con el beneplácito del padre de la mujer, Wilson se acababa
de
desfogar.
A continuación, sin inmutarse, el anciano añadió:
—Sandra se casará con el hijo de los Crown, y si éstos se
echan
atrás por el talante irreverente de tu hija, será Wilson
quien se
case con ella.
Horrorizada, Clarisa los miró a ambos y, buscando algún
sentimiento
en su padre, gritó:
—Pero ¡es tu nieta! ¿No quieres que sea feliz?
Lord Coleman la miró fijamente y siseó mordiéndose la
lengua:
—El mismo apego que tú me has tenido a mí es el que yo le
tengo a esa bárbara.
A Clarisa se le revolvió el estómago al oír esas duras
palabras y,
con la mejilla enrojecida, mientras miraba a los dos hombres
y se
juraba que no permitiría aquello, oyó a su padre decir:
—Éste será su último viaje a las Highlands. ¿Cuándo regresa?
En un primer momento Clarisa no contestó, pero cuando su
padre la empujó, dijo:
—No lo sé. Quizá dentro de dos semanas.
Wilson asintió, y el anciano indicó:
—Esperaremos a que vuelva y a que los malditos Murray la
dejen frente a la fortaleza. Una vez que llegue, será
desposada.
Clarisa negó con la cabeza. Impediría aquella locura antes
de
que su hija fuera una desgraciada como pretendía su padre,
y,
dando media vuelta, murmuró:
—Me retiro a mi habitación.
Ninguno dijo nada. Sólo la observaron salir.
Agobiada, corrió hacia la escalera y allí se encontró con
Gina y
con Kerry. Gina, una anciana que adoraba a la mujer tanto
como
a la hija de ésta, le sonrió y preguntó:
—¿Qué os pasa, mi niña?
Sin querer mostrarle la angustia que sentía a la mujer,
Clarisa
sonrió a su vez.
—Nada —contestó—. Sólo que añoro a Sandra.
—Tranquilizaos, milady —dijo Kerry—. Sabemos que Sandra
está en buenas manos y regresará feliz como siempre.
Ella asintió y, tras dirigirles una sonrisa, subió la
escalera y fue
a su aposento.
En el despacho, cuando Clarisa se hubo marchado, lord
Coleman
indicó respirando con dificultad:
—¿Sigue en pie que, si los Crown se echan atrás, tú te
casarás
con mi nieta?
—Sí —afirmó Wilson—. Si se da el caso, me ocuparé
personalmente
de que al fin sea una perfecta inglesa.
El viejo asintió y, sin un ápice de piedad, sentenció:
—Vigila a mi Clarisa. Conociéndola, tratará de impedir la
boda.
El aludido afirmó con la cabeza y, sin dudarlo, salió de la
estancia.
En su habitación, Clarisa miró angustiada a su alrededor.
Tenía
que advertir a su hija de lo que ocurría, por lo que, tras
coger
un papel, tinta y pluma, escribió:
Sandra:
Soy mamá. Teruego, tesuplico, que, tras leeresta carta, no
regreses
a Carlisle y te mantengas todo lo lejos que puedas de este
lugar,
porque aquí nunca serás feliz.
Cariño, en cuanto me sea posible viajaré para reunirme
contigo.
Sé que no me será difícil encontrarte, porque, conociéndote,
estarás
cerca de Angela o de ese joven llamado Zac Phillips, que
algo me dice
que es el dueño de tu corazón.
Sé fuerte ante las adversidades y sé clara con las personas
que te
quieren. Tu padre y yo criamos una guerrera y, como él
decía, el que
no lucha por lo que quiere no se merece lo que desea.
En el amor, sé tú misma. No cambies. Quien te ame te
corregirá,
pero nunca te cambiará. Y, si ese Zac es el hombre de tu
vida, jamás
dejéis de hacer de vuestros pequeños instantes grandes
momentos
que en el futuro os puedan ayudar a recordar por qué estáis
juntos.
Mi amor, utiliza el corazón y la cabeza y, sobre todo, sé
feliz y
nunca olvides que tu padre y yo te queremos y siempre
estaremos
muy orgullosos de ti.
Mamá
Tan pronto como terminó de escribir, dobló la carta y se la
guardó en la manga del vestido. Ahora debía encontrar a
alguien
que se la llevara a su hija.
Con cuidado, abrió la puerta de su habitación y se tropezó
con
Alicia, su criada. Clarisa se aproximó a ella y preguntó:
—¿Sabes dónde están Kendall, Rudy o Charles?
La mujer asintió y, al ver el gesto pálido de aquélla, dijo:
—¿Qué os pasa, milady?
Clarisa, angustiada, se le acercó y, tras quitarse un anillo
de
plata con una piedra negra que le había regalado su marido
el día
de su boda, indicó:
—Guárdalo y, si algo me pasa, entrégaselo a Sandra si
aparece
por aquí.
—Milady, me estáis asustando...
Clarisa lo sabía, sabía lo que estaban ocasionando sus
palabras,
pero prosiguió:
—En cuanto se lo des, dile que huya. Que huya lo más lejos
que pueda, porque aquí no está segura.
—Pero... pero, milady...
A continuación, Clarisa dejó sobre la mano de aquélla su preciado
anillo y añadió:
—Vete. Nadie debe saber que hemos hablado.
Alicia, tan asustada como su señora, se guardó el anillo en
el
pecho y se alejó a toda prisa.
Una vez de nuevo a solas, Clarisa corrió escaleras abajo
para
salir al exterior. Sin mirar atrás, y oculta por la
oscuridad de la
noche, caminó hacia las caballerizas y, al entrar, sonrió al
ver allí
a Kendall y a Carter, que se ocupaban de los caballos.
Sin tiempo que perder, les pidió que le llevaran aquella
nota a
su hija al castillo de Kildrummy, y Kendall aceptó sin
dudarlo.
Carter, en cambio, se mostró más reticente. No quería
adentrarse
en un territorio tan hostil.
Esa noche, Kendall se marchó, pero su viaje duró poco. Fue
interceptado por dos hombres antes de llegar a Dumfries,
quienes,
tras matarlo sin piedad y enterrarlo, le robaron la nota y,
a su
regreso, se la entregaron a Wilson, que, al leerla,
enfureció y se la
guardó.
Dos días después, enajenado por la furia que sentía cada vez
que leía que aquel escocés había sido el amor de su vida,
cuando
Clarisa paseaba con su caballo por un risco muy peligroso,
se
acercó a ella y, tras una fuerte discusión, la empujó y ella
cayó
contra las piedras.
Wilson contempló la escena sin un ápice de piedad. Sin duda,
la caída del caballo le había hecho más mal que bien a la
mujer
y, mientras un hilillo de sangre manaba de la boca de ésta,
murmuró:
—El amor de tu vida debería haber sido yo, y no ese maldito
escocés. Y ahora, te guste o no, seré yo quien se ocupe de
la irreverente
de tu hija; le bajaré esos humos que tiene porque me casaré
con ella.
—No..., no... —replicó Clarisa en un hilo de voz al tiempo
que
sentía que las fuerzas la abandonaban.
Diez días después, inevitablemente, murió ante los ojos de
un
hombre que debería haberla criado como un padre y que no
derramó
una sola lágrima por ella.
La mujer, que, con los ojos cerrados, parecía dormir, había
sido la persona que más lo había decepcionado en el mundo.
Entonces,
mirando a Wilson con gesto severo, el anciano indicó:
—Deberás partir con ella en un carruaje. Todos han de creer
que mejoró y se marchó a Francia para reponerse. Una vez que
os
alejéis, entiérrala donde quieras y regresa dentro de unos
días. Si
alguien pregunta, diremos que está en Francia, en el hogar
de los
Hamilton.
—De acuerdo —asintió Wilson aplastando unas flores secas
de color naranja que Clarisa tenía en su habitación.
Sin un ápice de pena, mientras se dirigía hacia la puerta
para
salir, el viejo añadió:
—La bárbara de su hija regresará y entonces nosotros nos
ocuparemos
de ella.
—No veo el momento —afirmó Wilson.
Alicia, que estaba oculta en las sombras, lo oyó todo y
lloró por
la pobre Clarisa. La maldad de aquellos sinvergüenzas para
con la
fallecida y su hija no parecía tener fin.